La Virgen Macarena frente al Convento.
martes, 2 de diciembre de 2008 por Antonio
La Semana Santa en Sevilla tiene muchos momentos de gran emoción. Éste es uno de éllos, cuando la Virgen Macarena, regresa a su Basílica. El bullicio de la madrugá deja paso en la fresca mañana, al conjunto de caras de personas recién levantadas, recién duchadas, a olor a jabón y perfume, a ropa planchada, que mezcladas con otras caras, de cansansio, de sueño, con prendas manchadas de cera por cruzar entre las filas de nazarenos de cualquier procesión, esperan ansiosas la llegada de la Esperanza de San Gil.
Este momento es inolvidable y os voy acontar por qué. Primero os describo la escena. Después de una larga espera de casi dos horas (tienes que llegar pronto para coger un buen sitio), después de haber pasado delante de tus ojos, miles de nazarenos, los armaos, gente, el paso de La Sentencia, mas nazarenos, mas gente . . . llega jubilosa al ritmo de «pasan los campanilleros». . . La Macarena, tan esperada, ya la tengo delante, estoy justo frente al Convento de Sor Ángela de la Cruz (no me acostumbro a llamarla Santa, pero que lo es), el paso de palio de la Virgen comienza una revirá para colocarse justo, justo delante de las grandes puertas de madera del convento de esas monjitas tan queridas en Sevilla. Seguidamente cuando el paso descansa sobre sus zancos, cuando la música se ha callado, cuando todo el gentío está mudo por la emoción, cuando sólo se oyen el trinar de las golondrinas y los vencejos, empiezan, las monjitas de los pobres a cantarle a la Virgen una salve. Si los ángeles tienen voz, estoy seguro que la tomaron de estas bienhechoras de las personas que sufren. Una vez terminan su rezo, el paso se eleva con una «levantá» a pulso y el gentío que abarrota la calle del mismo nombre de la Santa, prorrumpe en un atronador aplauso mientras la banda de música empieza de nuevo los acordes de » pasan los campanilleros».
El momento está descrito, desde hacía mucho tiempo pensaba que estos sentimientos que te afloran en ese instante, sólo lo podríamos percibir los sevillanos. ¡¡ Que equivocado estaba !!, ese Viernes Santo, delante de mí había un señor de unos sesenta años, bajito, regordete, con los cachetes coloraos, boína en la cabeza, le acompañaban sus tres mocetones hijos que habian pasado ya de la treintena, son gente navarra muy sencilla. Los ví rotos por el llanto, abrazándose los cuatro, sin decirse palabra alguna, llevandose el pañuelo a sus ojos para secar las lágrimas en sus rojas mejillas. El recuerdo de esa escena que ahora por primera vez estoy escribiendo, hace que vuelva a sentir ese nudo en la garganta que parece no quitarse por mucha saliva que tragues. En la foto, podeis comprobar como el contraguía, agarrado a su manigueta, reza fervorosamente en silencio.